bandoneon
Alberto nació en Buenos aires, necesariamente en San Telmo. Su llegada al mundo fue el mas dichoso regalo que Rosa pudo querer, Juan Carlos, su padre, había sido músico de la orquesta de Filiberto allá en el 46 y fue él de quien Alberto recibió su mas preciado don, esa caja negra y misteriosa, testigo de noches, alcohol, humo y desvelos, que lo acompañaría en su éxodo, rezongando, como el estertor de un pasado que no vuelve.
La mas sonora queja de su alma bramo en las sombras, partiendo la noche como el rayo que corona la estrella del norte, Lo recuerdos, como púas, en la fina garúa del adiós atormentaron su partida.
La llegada, como una constante en su vida, fue de noche, de la terminal a la pensión, sus recuerdos se le amontonaron en el balero y la puerta de la nostalgia quedo abierta, las llaves quien sabe donde. Solo bastaron un par de patadas para cambiar de República, de San Telmo a San Vicente sin mas escalas que un sanguche en rosario.
Gentil, la docta abrió sus brazos a este fulano, un poco fabulero y melancólico, un poco gris, y nada mas. Los años vinieron con San Cayetano de cliente, y la suerte, en complicidad con la desdicha de la perdida, lo acompañaron en su dos por cuatro.
Rosa se fue al cielo de los buenos, Rosa se fue con su sonrisa, su baton y los ruleros, ya nada tenia sentido en San Telmo, la casa y el patio habían muerto, y esa postal amarilla y cuarteada quiso ser antojadizamente el retrato fútil del hombre gris del bandoneón.
Solo quedo un malvón, achacado, casi verde, casi un insulto a la ortogonalidad del ajedréz rojo y amarillo del patio.
El malvón no floreció, no tenia para quien, tal vez por el pudor a las miradas de su nuevo destino.
La mas sonora queja de su alma bramo en las sombras, partiendo la noche como el rayo que corona la estrella del norte, Lo recuerdos, como púas, en la fina garúa del adiós atormentaron su partida.
La llegada, como una constante en su vida, fue de noche, de la terminal a la pensión, sus recuerdos se le amontonaron en el balero y la puerta de la nostalgia quedo abierta, las llaves quien sabe donde. Solo bastaron un par de patadas para cambiar de República, de San Telmo a San Vicente sin mas escalas que un sanguche en rosario.
Gentil, la docta abrió sus brazos a este fulano, un poco fabulero y melancólico, un poco gris, y nada mas. Los años vinieron con San Cayetano de cliente, y la suerte, en complicidad con la desdicha de la perdida, lo acompañaron en su dos por cuatro.
Rosa se fue al cielo de los buenos, Rosa se fue con su sonrisa, su baton y los ruleros, ya nada tenia sentido en San Telmo, la casa y el patio habían muerto, y esa postal amarilla y cuarteada quiso ser antojadizamente el retrato fútil del hombre gris del bandoneón.
Solo quedo un malvón, achacado, casi verde, casi un insulto a la ortogonalidad del ajedréz rojo y amarillo del patio.
El malvón no floreció, no tenia para quien, tal vez por el pudor a las miradas de su nuevo destino.
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marcelo orihuela
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