adoquín

Hondo señor en la noche, oscuro socavón. Acurrucado, casi dormido denuncia en su tosca superficie el recuerdo y el olvido; ambiguo, desde el fondo me habla de pasos, pesos, humedad y hastío. Recorren su tenaz mirada los surcos injustos del paso del tiempo, una grieta que se escapa hacia el confín de sus raíces anuncia vagamente la profundidad de su morada. Observo, miro fijamente en su acotado rango pasar los días y las noches desde el breve horizonte que propone la estrechez del presidio que recorta el cielo y la calle, de pronto, como soldados repitiéndose en un intervalo imposible, se manifiesta el batallón pétreo, rompe con un grito la monotonía de su rítmica multiplicación, son cientos, tal vez miles, contemplativa postura, como en las revoluciones, son el germen inestable de un cambio de estado.
Ahora son ellos, cientos, puedo asegurarlo con próxima certeza, tal vez miles, me observan, deslizan fugazmente su mirada por mi figura, su gélida contemplación me paraliza y ahora son mis hombros que se encuentran con otros, encarcelados en el observatorio

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